Concha Piquer es la copla. Y la copla está instalada en mi memoria musical igual que el colacao estuvo instalado en mis desayunos durante años. En los míos y muy probablemente en los tuyos.

Quintero, León y Quiroga escribían canciones con el mismo arte que los hermanos Gershwin, Cole Porter o Hoagy Carmichael. Unos para ser interpretadas en los teatros de Broadway y otros en los teatros españoles. Unos con claves de jazz, de swing, y otros con aires flamencos, todos ellos habían escuchado a Bach, a Mozart, a Beethoven y a Chopin. Y por muy populares que nos resulten esas melodías no tienen nada que ver con el pop de los 60 y los temas simplones del rock and roll (lo digo con todos los respetos, que a mí el rock también me pone).

La copla está en el Fondo de Armario de Perversa, por sus historias cotidianas, por sus descalabros amorosos, por sus pasiones desatadas… y porque la escuchaba en el seat 131 de mis padres camino de la playa, junto con rancheras y orquestas de baile. Y me desgañitaba en sus estribillos sin entender del todo qué significaban mancebía, parné, faca… las letras de la copla son una joya literaria.

Así que la copla se sienta sin complejos al lado de la bossa nova, del swing, de la rumba y del pop a tomar esa infusión de jazz prepara Perversa.