Pero está más feo aguantarse. En la cocina.
Había una serie estúpida en la tele y yo estaba picando una cebolla. No acusaré a la cebolla, ella no tiene culpa de nada. No, no era la cebolla. Venía a cenar mi vecino. Por eso estaba haciendo mi famosa tortilla de patata. Perdonen la inmodestia: archifamosa.
El día había sido anodino: imprimir unas partituras para registrar en autores, atender algunas llamadas, recoger al bichito y acercarme al centro a comprar unos pendientes de gitana rojos para un baile que tiene mañana en el colegio. Eso y preparar una tortilla para cenar. Poco más.
Un diálogo tonto de una serie que no había visto nunca me ha pillado a traición, y se me ha hecho un nudo en la garganta. Había bajado las defensas al ponerme el delantal. Un cuchillo de 20 centímetros en la mano no ha sido suficiente. «Los hombres no lloran», nos decían. Éste sí.
Y menos aún sin razón, y menos aún en la cocina.
Me han ayudado la campana con su ruido, la nevera con su puerta… porque estaba ahí mi hija, con sus pendientes rojos de gitana, amasando plastilina y mirando la estúpida serie a la vez.
Está muy feo llorar, pensaba mientras carraspeaba para aclararme la garganta. Igualito que una maruja de Almodóvar, sin glamour.
Pero más feo está aguantarse.
En la cocina.
He llorado al leerte y orgullosa de mí, no me he aguantado. BeSo.