El tiempo en el paraíso

Llevo casi 5 años exiliado en un discreto paraíso. Uno que no es fiscal, un paraíso de verdad. Y puedo decir que disfruto casi todos los días esta condena.

En este rincón de la España rural todas las casas son blancas. Dicen los antropólogos que la razón de ese color es que el blanco refleja el Sol y hace las casas más frescas, dicen también que la cal mantiene a raya a los insectos. Los antropólogos no tienen ni puñetera idea.

Sus habitantes a lo largo de siglos se han ahorrado mucho tiempo en elegir el color de las fachadas. Es blanco por defecto, ya está. Ese tiempo lo han ido guardando y me lo obsequiaron a mí cuando llegué. Para que curase mi sed de tiempo. A mí que venía de vivir en la ciudad. Por definición la ciudad es ese sitio donde sobra de todo, pero escasea el tiempo. 

Subo al castillo, que está en una colina en el centro del pueblo. Lo hago para estirar las piernas, aumentar el ritmo cardiaco y darme el lujo de mirar a la redonda y perder la vista en varios horizontes. Entonces me digo a mí mismo: «De todo esto que ves desde aquí, nada es tuyo, ni lo será». No os podéis imaginar que a gusto me quedo. 155 pulsaciones y la paz de espíritu que me proporciona esa verdad tan verdadera. 

Pues un día me subí con la cámara para intentar capturarla: esa certeza. Pero llevaba un gran angular no muy grande. Intenté solventarlo haciendo un barrido, para que me cupiese en el cuadro más de aquella impoluta evidencia. Lo conseguí, a las pruebas me remito.

Nacen algunos hombres heredando bienes, y eso les da cierta ventaja y/o comodidad. Nacen otros heredando talentos, con un ADN lustroso, y esto les da cierta ventaja y/o comodidad. Pero el tiempo con que contamos al nacer está muy limitado, y no depende de la cuna ni de los dones, puro azar. Ni el rico ni el pobre, ni el listo ni el tonto, ni el guapo ni el feo saben el día que nacen cuánto tiempo les ha sido otorgado. Eso hace del tiempo lo más preciado que un hombre pueda tener. 

Y yo tengo que estar muy agradecido a los habitantes de este pueblo que no desperdiciaron tiempo probando colores para sus fachadas y lo guardaron para obsequiármelo a mí.  

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