2,40

No es fácil explicar el placer que se siento a las 2,40 de la mañana a alguien que no es noctámbulo.

La certeza de que no va a sonar el teléfono, que en las próximas horas nadie espera nada de mí… el silencio. Es tanta la sensación de libertad que casi podría llamarlo libertinaje.

Me acuerdo de esa distinción, era muy manida en los ochenta: «No hay que confundir la libertad con el libertinaje». Ahora nos parece graciosa, yo hace mucho que no se la oigo a nadie. Cambian los tiempos y cambia el significado de las palabras. «No hay que confundir la seguridad con el miedo» digo yo. Hoy.

Si yo fuera un verbo me gsutaría ser «cundir«, que se usa poco. Cundir, cundir, cundir, cundir… «que no cunda el desaliento», «cundió el pánico».

Si notáis que de vez en cuando me paro es porque el sueño me acecha y a veces me cierra los ojos y me doy con el mentón el el pecho.

Lo he contado otras veces, adoro estos momentos. Se me van apagando las luces y en mi cerebro sólo quedan las mujeres de la limpieza. Es la hora de llenar las papeleras. A veces oigo un pájaro a estas horas y me saca una sonrisa. ¡No hay pájaros por la noche! Sólo éste, el de mi barrio, y algunas noches regresa con una buena tajada.

«Tajada» es otra palabra bonita . Piensa uno en el chorizo de la olla de la abuela.

Ahora sí, me voy a dormir. Antes de que los más madrugadores empiecen a abrir sus grifos y enchufar sus afeitadoras. Antes de la primera tostada.

A vuestra salud y a la mía.

3 comentarios sobre “2,40

  1. a mi las afeitadoras y las tostadas no me dicen nada, las que me matan son las cañerías, cada pipí y cada ducha es una sinfonía Karlheinz Stockhausen, ¿porqué madrugan tanto los vecinos?
    ah! las gaviotas también madrugan y tienen mal despertar.

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