La última mosca del verano está bastante gorda. Y hace mucho ruido al volar, como una Guzzi. Se choca con las paredes, se desorienta con la bombilla y da tumbos como si hubiera bebido. Bebido para olvidar que es la última mosca del verano.
Yo la persigo. Por entretenimiento, el domingo ha sido bastante aburrido. Por instinto de cazador troglodita. Por un trauma infantil. Porque me fastidia esta mosca que pregona que el verano se ha terminado. Sí, ya sé que no lo ha terminado ella, pero me fastidian su arrogancia y su desparpajo.
¡Plaf!
Os anuncio que he matado a la última mosca del verano. Lo he hecho con una regla. Por tanto lo he hecho malabarística y matemáticamente. Reparo en que mi conducta puede tener un impacto ambiental negativo; no sé si he adelantado su muerte una hora o una semana, ni si estaba preñada o ya había puesto los huevos.
En la sociedad de lo políticamente correcto en la que vivimos puede ser considerado un acto de crueldad innecesario. Y escribirlo en un medio de comunicación pública como este blog una grosería y una provocación. Eso si la mato yo, porque si la mata un jilguero, entonces no es crueldad sino pirámide trófica. Y si la mata una vaca con el rabo tolóntolón no es pirámide trófica sino selección natural. ¡No te fastidia!
Esta mosca seleccionó de forma natural mi casa, y sobrevoló mi teclado con alevosía. Y se encontró con la horma de su zapato de mosca. Un ser con unos instintos asesinos descontrolados que había pasado un domingo bastante aburrido. Se siente -expresión originaria del patio del colegio que curiosamente equivale a «te fastidias».
Nada sucede por casualidad -tu lo sabes bien que tienes cara de leer mucho a Auster-, esa mosca entró en tu casa deliberadamente, por sus própias alas, para que tu pensaras como Harry El Sucio «Alégrame el día compañera!».