Forzando el ángulo

casas de los mineros de Rodalquilar

Siempre me ha gustado mirarme en el espejo y ver un hombre bueno.

El baño es un lugar muy íntimo y uno se ve como le da la gana.

Por ejemplo, algunos días, llevado de la euforia, me veía un poco Georch Cluni, como el actor, pero con faltas de ortografía.

No sería fiel a la verdad si no admitiera que, en las esquinas del espejo del baño, allí donde se atrinchera el vaho, a veces aparecen reflejos extraños.

—¿Bueno? Tú lo que eres es tonto.

—Bah, paparruchas. Es la juventud, la inexperiencia… —contestaba yo al vaho impertinente.

Lo malo es que los años han ido pasando, cuando me vengo arriba y me veo actor de Hollywood, sólo encuentro a Dani de Vito. Y la mayoría de los días me veo tonto a secas. El atenuante de loca juventud ya no cuela.

—Ahora voy a salir ahí fuera y voy a conseguirlo —digo.

Risitas capciosas del cochino vaho.

Voy por la vereda que lleva hasta la carretera, las espaldas bien cubiertas por unos alcornoques recios como porteros de discoteca.

Barruntando.

Una línea muy fina separa a un hombre bueno de un hombre tonto. Y quizá no dependa tanto de dónde esté ese hombre como desde dónde lo miremos. Quizá la línea la fije el espectador.

¡Eureka!¡

Acabo de decidir que voy a cambiar el espejo de sitio.

Y de esta manera, forzando un poquito el ángulo

2 comentarios sobre “Forzando el ángulo

  1. Lo bueno es que el espectador no tiene NI IDEA de lo que ocurre realmente por dentro 😉 … A diferencia del p… vaho, que siempre parece dar en la diana. ¡A ver si rompemos el espejo de una vez! Un abrazo

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