He puesto una tumbona en la terraza.
Ha hecho mal tiempo y hasta ayer no pude utilizarla para una de las actividades que más placer me proporcionan: tumbarme de noche mirando al cielo.
Pasan muchas cosas cuando te tumbas mirando al cielo de noche sin hacer absolutamente nada.
La cabeza estaba muy cerca de mi parra escuálida. Tengo 3 parras: una joven y briosa, otra añosa y fuerte, y tengo una parra escuálida que ni chicha ni limoná, ni se muere ni se estira, ni da sombra ni da ná. Mi cabeza estaba cerca de la maceta de mi parra escuálida y reparé en que la suave brisa zarandeaba su tronco. Me sorprendió tanto movimiento. Si una noche tan tranquila como la de ayer el tronco de mi parra escuálida sufría esos vaivenes, qué contorsiones no aguantaría, la pobre, un día ventoso de enero, o de abril o de septiembre… Me fijé y las otras parras tenían sus troncos bien atados a las patas del toldo. A ver si va a ser eso…
Pensé en los potros de tortura de la Inquisición, en los que desmembraban a un hombre atándole de las extremidades y tirando. Me sentí un involuntario Torquemada. Yo había mirado mi parra escuálida por arriba y por abajo, le había dado cuidados extra, extra de agua, extra de poda cautelosa, extra de bolsas de papel para tapar los racimos de uvas (bien pocos y bien flacos), extra de abono de bolitas azules, extra de quitar malas hierbas… pero nunca me había tumbado debajo de ella como lo hace el mecánico con tu coche cuando le va a cambiar el aceite.
Quizá también entenderíamos mejor a las personas si fuésemos, un día, capaces de cambiar completamente el ángulo desde el que las hemos mirado siempre.
Quizá podríamos enfrentar ese problema que se nos resiste sobre nuestra propia soledad si fuésemos capaces de tumbarnos debajo de nosotros mismos, una noche tranquila, con el alma en paz, mirando el efecto que tiene la brisa fresca de primavera sobre nuestros miembros cansados.
He ido a Verdecora y he comprado una caña larga, y la he colocado entablillando el tronco flaco de mi parra discapacitada, sin apretar mucho, para que no se le corte el riego de savia. Y he comprobado que el aire ya no mueve más que las ramas nuevas, los zarcillos y las hojas.
Le daré un tiempo a la reparación, a ver si era de eso.
O de nacimiento.
Pero ya noto que tiene otro talante.
A lo mejor va a ser que la casualidad no existe…