Desde pequeño soñaba con ser Administrador de Fincas. Y en los recreos mientras unos corrían, otros jugabamos a las canicas y los más avispados a los médicos, él se iba a un rincón con dos de los niños más sositos del colegio y les hacía recibos.
A los trece nos juntábamos en el garaje de alguno y haciendo girar una botella pasábamos la tarde a verdad o beso. La «verdad» siempre era ¿Quién te gusta? y el beso siempre se lo queríamos dar a Noelía. Manolo, que en aquel tiempo era el único del colegio (incluídos los profesores) que tenía tarjetas de visita, se juntaba con otros tres y jugaban interminables partidas de monopoli. Habían escrito sus propias reglas como por ejemplo que estaba permitido irse al baño en grupos de dos o mán para sobornarse o hacer chanchullos para arruinar a uno que dejaban sólo.
Cuando el profesor preguntó qué hecho luctuoso había ocurrido en 1939 cambiando la vida de nuestos vecinos europeos él levanto la mano: ¿una derrama? No nos reímos. No entendíamos. El profesor se quedó estupefacto, no reaccionó. Sonó la campana y salimmos al recreo. Luis, que era el más avispado porque tenía un hermano cuatro años mayor, nos aclaró las cosas: una derrama era correrse, pero dicho en plan fino.