El silencio es absoluto esta mañana. Incluso los operarios de la obra de enfrente, que llevaban unos días despertándome con diversos artilugios, han enmudecido. O no han venido.
Apetece rasgar el silencio, estropearlo. A los que somos desobedientes el exceso de armonía nos molesta.
Por ejemplo.
Entré en la habitación del recién nacido de unos amigos. Las cortinas, la ropa de la cuna y la lámpara (un trabajo manual de la madre) tenían el mismo estampado de ositos. Me vino una arcada. Y dije: Bueno, la habitación es muy bonita, pero con estos antecedentes puede ocurrir que si con diez años le pones un pantalón que no pegue con el jersey se desestabilice y le dé por saltar por la ventana.
La madre puso mala cara denunciando que me acababa de cargar la poca armonía que pudiera existir entre nosotros.
La foto no tiene nada que ver, ya lo sé. Pero, ¿a que mola?
A veces, romper ciertas armonías, es armonizarse con uno mismo.
Por cierto, la foto algo tiene que ver: en los parques de atracciones hay norias y pasajes del terror.
Yo me quiero montar en el london eye pero ay tengo vértigo.
Me gusta más la noria que los ositos, aunque no tenga nada que ver.
¿Eso es desobediencia?