Es difícil gestionar los adioses cuando tienen sabor de se acabó; una punzada en el paladar que no deja el hasta luego. Los adioses no se encuentran en la estantería de los dulces o los salados. Se encuentran en la repisa de los sinsabores. Sólo en tiendas especializadas. Ridículo que un sinsabor sea desagradable… si no sabe a nada de nada, más que a pena, que es algo sin sabor… pero con dolor.
El sinsabor no sabe a felicidad, pero tampoco a tristeza. El sinsabor no es una lágrima convulsa expulsada por el lloro rabioso; tampoco una lágrima desenfrenada liberada por el éxtasis. No es nada, pero los adioses son sinsabores.
La gente huye de los adioses dándoles la espalda o negándoles un saludo, siquiera otro adiós. La gente teme los adioses propios y ajenos; los adioses de se acabó aunque no les pertenezcan porque la gente huye de la vida porque la muerte es más llevadera.
Sobre la mesa, a cincuenta y tres centímetros y medio de mi mano derecha, hay un sobre blanco con dos palabras: Facturas Londres. Londres pasa factura antes de aparecer en el horizonte como una certeza, porque hoy es un destino del que huir pero al que los errores continuos me acercan sin el menor descaro. Facturas Londres. Es su letra. Letra de adioses de se acabó porque las sonrisas, el cariño, el pasado sin futuro pero con fruto no pueden pretender un hasta luego, aunque tengan derecho a ello. La vida pasa y mi amiga Angela recuerda a Jodorowsky para advertir que la vida se empieza tantas veces como uno quiere… y cuando uno quiere. Es lo único que me convence de este tipo.
La teoría de los vivos muertos y los vivos vivos surgió en la soledad de la granja, en la distancia de la gente que se quiere, que se ama, que se adora… La teoría de los vivos muertos y los vivos vivos surgió natural y sin previo aviso en la conversación con la otra mano (*) un viernes que mi vida eran dos vidas y no tuve más remedio que juntarlas de nuevo porque el desgarro llevaba camino de ser definitivo.
El viernes un avión me llavará a Londres para que revise las facturas que aún tengo pendientes. Y no sé cuándo me devolverá a donde quiero estar, porque lo que tengo claro es dónde no quiero estar.
(*) La otra mano habla con serenidad conversaciones inversas, porque era esta mano la que decía las cosas que esa mano dice ahora y que esta mano escucha atenta. Invierno/primavera de no sé cuándo… La otra mano es una mano imprescindible, porque es una mano que detrás tiene un amigo de los que te dicen las cosas con amor pero con precisión. La precisión es dolorosa en boca de los enemigos, pero los amigos la convierten en verdad, en alimento imprescindible para seguir sufriendo. Sí, para sufrir, que es un paso que nadie se puede saltar antes de volver a ser feliz. Y yo quiero ser feliz, que también tengo derecho.
Apoyo a Jodorowsky y también aquello que dice que la felicidad no está en ningún lugar ni vida especial, la felicidad está en nosotros sólo hay que encontrarla.