—Hacía mucho que no lo hacía, pero hoy he leído tus últimos correos de seguido: noto cierta melancolía —dijo ella.
—Pues… no sé. Si tú lo dices —contesté.
La cosa se ha quedado ahí, más o menos, pero. Otra vez me he vuelto a casa dándole mil vueltas a la frase, aprensivo e hipocondriaco como un Woody Allen cualquiera. Porque ella es muy prudente y quizá donde dijo «melancolía» quería decir «tristeza».
La melancolía es una vieja conocida, sensible, exhibicionista y un poco quejica. En cambio la tristeza: la tristeza es mala gente.
Al pasar con la bici por la Puerta de Toledo me he acercado a los chorros de los aspersores. Había uno desviado. Lo he hecho para que me salpicara y decir uh y ver si me hacía reaccionar. Cuando tienes pensamientos circulares, obsesivos, puede venirte bien un chorro de agua fría. El de un aspersor de un césped vale.
En Embajadores he pensado: «A ver si va a tener razón». Luego «Bueno, tampoco pasa nada». Luego «No soporto a la gente triste y menos si esa gente soy yo». Luego «Pues entonces no me soporto, vaya, vamos mal».
A veces me pongo una tristeza como otros se ponen un abrigo. La saco del cajón, la paseo para que se airee y, si me miro reflejado en un escaparate, hasta me veo guapo. Es una prenda que nos sienta bien a los payasos, debe ser que el marrón con rayitas finas combina con los colores de la cara. Pero otras veces es la tristeza quien me pilla a mí y me saca a la calle a punta de navaja y me paseo por las calles perdido y amenazado. Todo me da miedo.
Alfonso XII y el fresquito del Retiro, y ese verdor… un color que se huele. Igual que los azules suelen oler a mar y algunos amarillos a pan tierno. Concluyo: «yo creo que no es tristeza, que es una digestión pesada».
Velázquez con el primer semáforo en rojo. A ver si va a ser tristelicidad. Puede que esté sensible, nada más. Las hormonas. Mimos. Los mimos no se sabe si son medicina real o placebo, lo que sí se sabe es que nunca hacen mal, no tienen efectos secundarios. Bueno, sí los tienen, crean adicción.
Velázquez con todos los semáforos en verde. El verde de los semáforos no huele a nada. O quizá sea falta de sueño, o prisa, o cansancio. Intentaré que se me pase, intentaré que no se me note. Mañana me pondré la camiseta nueva y me daré sombra de ojos para evitar las ojeras, y me pintaré la raya y me pintaré los labios y pintaré la terraza grande, que buena falta le hace. Y me sentaré al piano esquivando los boleros.
Hay frases que no escucho, y otras que se quedan rebotando como el eco en un cañón, del Colorado.
Mientras ato la bici me doy cuenta de que hay alguien esperándome. Sentada en la acera. Con una falda muy corta. Trae su bolsito rojo y las dos piernas, sí, no exagero, las dos. Y además, las trae como a mí me gusta, una a cada lado. Abro la puerta del portal para dejarla entrar, la cortesía viene muy bien para mirar su culo. No hay palabras, sólo toc toc subiendo las escaleras.
—Has tardado —dice.
—Es que he tenido una reunión de última hora. Conmigo mismo. —miento.
—¿Te apetece hablar?
—No, ya lo traigo todo hablado.
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¿Qué es a7manos? La imagen es de José Manuel Cordo
La foto no podía haber estado mejor elegida. Bonita por cierto.
Sí, Jesús, como decía el protagonista de Hotel Marigold: «Al final final todo acaba bien, y si no acaba bien, es que todavía no es el final» jajaja
¿Lo ves?… al final todo acaba bien.
ES hora de guardar la ropa de invierno. Ha llegado la primavera…
Pobre tristeza, qué mala fama tiene y eso que normalmente está allí tranquila, en un rincón, sin molestar ni meterse con nadie. Pero claro de vez en cuando requiere un poquito de atención. No es mala, es que también a ella le gustan los mimos. Unas caricias, unos arrumacos y ya tiene suficiente. ¿o quizás es la tristelicidad?