Un día decidí salir del blanco y negro en que transcurría mi existencia –he dicho blanco y negro, no gris, mi existencia nunca abundó en el gris– y resultó barato y sencillo. Combiné cuatro colores chillones en las cortinas y la luz que entró tiñó enseguida los blancos. Los negros, por propia convicción, se quedaron igual.
El blanco y negro es elegante, sugerente, tiene un matiz demodé, otro vintage y otro cool. Pero a mí ya no me llamaba el blanco y negro. Todo el mundo sabe que el blanco y negro es resultón y te permita salir airoso de un aprieto, pero… yo ya no estaba en nigún aprieto. Así que: color. De suelo a techo, de lado a lado. Cada rayo de sol que entraba en mi cuarto elegía un tono para darse el gusto.
La expresión «colores chillones» se usa poco en estos días, con lo que me gusta a mí imaginarme a los colores dando gritos. Pero «vintage» y «cool»… son guays, una pena, y en seguida estarán demodé, lo siento por ellas.