Yo de pequeño era hiperactivo.
Eso lo sé ahora, pero en su día no se me diagnosticó apropiadamente y he crecido convencido de que yo era in so por ta ble.
Hace algún tiempo busqué en internet mi enfermedad, grupos de autoayuda, de autodefensa, de autoilusión, vídeos en YouTube, y demás información sobre el tema de la hiperactividad e insoportabilidad y me he autoconvencido (quería decir: he llegado a la conclusión fundada) de que en realidad soy inquieto, poco convencional y muy creativo.
En el ancho universo de internet el que no se consuela es porque no quiere. O porque usa mal Google. Eso está claro.
Inquieto, poco convencional, y muy creativo. Inquieto, poco convencional y muy creativo. Me lo repito varias veces cada mañana.
Este ratito en el diván con el que os he obsequiado viene a colación de la primera postal de este viaje. Porque donde muchos de vosotros veis una pandilla de espermatozoides cachas intentando conquistar un óvulo geométrico, yo veo una alfombra de IKEA, bastante sobada. Y esta estampa me recuerda uno de los primeros intentos de mi madre de controlar mi hiperactividad o insoportabilidad o exceso de creatividad o como os dé la gana: «hijo, peina los flecos de la alfombra que están muy desordenados».
La alfombra era una de esas persas o sucedáneo de persa que había en el salón y tenía miles de flecos que yo peinaba bien con los dedos, bien con un viejo peine de púas grandes, amarillo, para más señas, de ésos que se llevaban en la bolsa de la playa. Mi madre consiguió en bastantes ocasiones, mediante esta hábil estratagema, retrasar el momento en que yo rompía algo (casi siempre adornos de la casa, a menudo de cristal o porcelana). Con el paso de los años llegué a peinar los dichosos flecos en menos tiempo del que tarda Fernando Alonso en cambiar las cuatro ruedas. Y también a detestar esos filamentos hasta el punto de coger las tijeras una tarde en ausencia de testigos… y quedarme sin televisión ¡dos meses! Para mi desgracia mi hermana era buena y no teníamos perro ni gato, resultaba compicadísimo demostrar fehacientemente que el autor de la barrabasada no había sido el menda.
Pero en mi casa, hoy, hay alfombras, aunque no sean de Oriente Medio, y tienen flecos, aunque parezcan espermatozoides. Y las he puesto yo, lo que demuestra que trauma, lo que se dice trauma, no me quedó.
Jamás los peino, eso sí, me gustan a su albedrío, salvajes. Inquietos. Poco convencionales.