Piscina

Hay veces que me dejo libre, ad libitum. Pero cuando llevo un tiempo asalvajado me surgen cierto desasosiego y la necesidad de alguna pauta. Entonces me autorregulo, con benevolencia. Y me impongo alguna rutina porque, si no, me desquicio.

Una de las rutinas a las que me someto de tarde en tarde es entrar en un sitio público, a una hora intempestiva, y quitarme la ropa. Una vez desnudo me pongo un bañador amarillo-verdoso, chillón pero amuermado por el cloro (como los chalecos reflectantes que ya han reflectado mucho). Feo como él solo. Un gorro de tela, rojo con una franja blanca -parecido al coche de Estarqui y Jach, que conseguí por un euro en una máquina dispensadora de gorros, el día que extravié un Speedo de alta competición (el último grito en Munich 72). Y unas chancletas de Decathlon que me rozan los dedos gordos de ambos pies justo donde más jode, al lado de la uña; pero que para ir del vestuario al agua valen.

Luego camino hacia la pileta. Una imagen recurrente en este trayecto -por si algún comentero sabe de interpretación psicoanalítica y quiere echarme una mano- es la siguiente: abro la puerta, miro la piscina y la encuentro llena de cadáveres flotando en formol. Pero en realidad no me ha pasado nunca, son frecuentes las momias de todas las edades pero todas se mueven.

A estas alturas ya habréis detectado los más sagaces que a mí la piscina cubierta me da por el culo (perdón por la expresión, quería decir «saco«), y que si la frecuento es para rutinarme, autorregularme, vitaminarme, mineralizarme y mens sana in corpore sano, la madre que lo parió.

En la piscina cubierta del polídeportivo de Navalcarbón, Las Rozas, no hay casi nadie a las 9.30 h. La que vende las entradas no deja de hablar por teléfono para decirme: 3 euros 10. En el vestuario suena un hilo musical de discjockey hiperactivo tocapelotas (estas tres palabras son sinónimos) tipo Abellán (ésta también). ¿Qué hago yo aquí? me pregunto. Practicar un deporte saludable, me contesto.

Antes de lanzarme al agua cumplo los ritos higiénicos del precalentamiento y la ducha. Cuando salgo de ésta última me paseo hasta el sitio donde dejé la toalla y abandono mis chancletas. Miro entonces por la ventana agotando mi última esperanza (ser abducido por unos marcianos). Ay, estarán reunidos. Elijo la calle en la que haya 1 o 0 personas, me agacho, me mojo con el agua de la piscina y acto seguido me zambullo.

40 largos de 25 metros es mi condena. Las reglas: como mucho 2 descansos, pero sin salir del agua, se permite 1 largo a braza de cada 5 (como máximo) los demás deben ser a crawl. Los personajes principales son la socorrista, el limpiaventanas y yo mismo como ente nadante. La socorrista tiene que acabar 1 crucigrama. El limpiaventanas tiene 8 ventanas, una por cada 5 largos míos. ¿Quién acabará primero?

Esto lo sabremos en el próximo capítulo.

Como lo importante no es ganar sino participar, os diré que casi siempre pierdo. Pero que al salir del agua me siento mejor persona, por eso voy. Puede que sea por las sustancias que segrega mi cerebro para combatir el sufrimiento, pero me miro en el espejo y reboso optimismo y me digo: qué buen polvo tienes. Y derrocho tersura, turgencia y otros adjetivos de los que aparecen en los frascos de cremas. Estoy tonificado entero, me lo noto, me pongo calzoncillos limpios y ahora sí que soy un hombre nuevo. Cuando paso a su lado la chica de la taquilla se vuelve (aunque sin dejar de hablar por teléfono). Es por el magnetismo: y nota que me ha mejorado el polvo desde que me vio entrar, pero no me lo dice porque es tímida y porque su novio es el profesor bajito de aerobic, el que grita a las fondonas y porque por ese torniquete ve ella pasar cuerpazos de bombero a tutiplén, no lo vamos a negar, pero menos dicharacheros y menos simpáticos que el menda, eso también.

Esta rutina me dura lo que dura un bono de 10 baños. Luego me asalvajo y me dejo libre, ad libitum. Y tan ricamente.

 

Publicado en a2manos el 19 dic 2005

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10 comentarios sobre “Piscina

  1. Caperucita duermo siempre con un diccionario, un Pequeño Larousse Ilustrado, es mi almohada. Y tu ¿con que duermes? ¿Con Chanel número 5?
    No se si me dejo alguna tilde, perdón.
    «Consultar con la almohada»; meditar con el tiempo necesario algún asunto.-

  2. Caperucita, debes terminar las frases, porque pueden dar lugar a malos entendidos.

  3. Lo de «dar por culo», podría.
    Los polvos, bajo ningún concepto son groseros. Respondo.

    Pero me encanta que mi comentario provoque que los lectores acudan al diccionario. Es un buen ejercicio. Siempre. Y muy recomendable.

  4. Grosero: A adj. Basto, ordinario, tosco. Adj. y n. 2. Carente de educación, cortesía o delicadeza.
    Grosería n, f. Descortesía, falta de atención o respeto. 2. Tosquedad en el trabajo manual.

    Yo creo que no es grosero. Es educado, cortés y delicado.
    Será por las tildes?

  5. Yo hago algo parecido.

    Creo que para disfrutar de las cosas que nos gustan, hay que pasarse al otro lado de vez en cuando.

    -A veces nado.
    -Otras me emborracho.
    -Otras no.
    -Otras me acuesto pronto.
    -Otras me levanto tarde.
    -Otras soy célibe
    -Alguna vez no llego tarde a trabajar…
    -Incluso alguna vez…

    …no te quiero.

  6. Se te da fatal lo de escribir grosero. No lo puedes evitar.
    … Y cuidado con las tildes, corazón.

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