Me sorprenden mucho los avances que hace la tecnología. Me parece alucinante que yo pueda escribir en esta pantalla y un rato después vosotros lo podáis leer en las vuestras. Es un milagro. Es un milagro de teclados y pantallas.
Pero hay también un milagro en rellenar una pluma con tinta y después, deslizándola en un papel, crear un trozo de una historia o un poema. Los trazos, la textura del papel, la caligrafía… puedes acercar un microscopio y aparecerá una imagen alucinante. O puedes leerlo en voz alta y aparecerán sonidos.
Han crecido unas violetas en la maceta de la glicinia. Sin que yo hiciera nada. Y, esta mañana, al sol, yo las he regado. Y he pensado que ni iPad, ni cine en 3D, ni procesador de doble núcleo, ni pantalla de TDT, ni tamagochi, ni toda la tecnología de la NASA… no habría manera de recrear con tecnología este pequeño milagro que suponen unas violetas diminutas. ¡En tiempo real! Para mí, sólo para mí. A cambio de un poco de sol, algo de agua, un trozo de tierra. No hay manera de reproducir esas violetas con pixels. Y mucho más difícil es reproducir o siquiera captar la emoción que ese instante de contemplarlas me ha proporcionado.
El descubrir esas violetas, dispuestas en una composición mágica, imperfecta, perfecta, justo esta mañana, justo bajo esa luz, ha sido un pequeño milagro: un milagro cotidiano. Que Dios (o quien diablos lleve ese departamento) me guarde, y que por muchos años yo sea capaz de disfrutar de esos ínfimos milagros.
si a mi me necen los tomates que he sembrado en una maceta, eso si sera un milagro.
Al final vas a creer en él y todo. Y eso que hablas de violetas y no de ver a un bebé nacer o a un amigo morir. Entonces, pienses que sí o que no, la sensación de trascendencia te atrapa e imploras porque sea que sí.