Una hormiga cae desde cien veces su estatura y no le pasa nada, un humano se cae desde el equivalente a dos veces su altura y se pasa un mes sin poderse mover. Y nos jactamos de ser el no va más de la evolución.
¿Qué antropocentrismo tan soberbio y tan grosero nos ha llevado a esta situación? Me pregunto mientras me como un yogur de frutas del bosque.
El otro día hablaba de esto con un amigo del departamento de biología de la Universidad de Haffen-Strogen, con la que colaboro desde hace tiempo por otros asuntos, y me contestó: «Pero, hombre, mira los ingenios que hemos sido capaces de desarrollar: el pelapatatas, el microprocesador, las zapatillas con colchón de aire… una simple ferretería es un ejemplo magnífico del prodigio del homo sapiens».
¡Qué vergüenza! contesté, ¿cómo tienes la desfachatez? Querrás decir del fra-ca-so del homo sapiens. Cualquier ser vivo puede desarrollarse y multiplicarse, tener una vida plena y satisfactoria, sin necesidad de pelapatatas, ni zapatillas con colchón de aire, ni microprocesador…. Un simple ganso puede recorrer miles de kilómetros en sus migraciones anuales sin necesidad de ¡¡ningún artilugio!! de los que se venden en una ferretería. Mientras, un porcentaje de humanos muy alto entra en shock si se le estropea el WiFi.
Y hablando de multiplicarse: un delfín puede aparearse sin dejar de nadar en medio del océano, una mariposa puede hacer lo propio durante el vuelo moviendo a la vez con gracia sus preciosas alas, lo he visto con estos ojitos. Y en cambio, un humano apenas lo consigue de pie, en una escena que se puede considerar todo menos grácil, y pagando el precio de unas agujetas al día siguiente.
Mientras rebaño el vaso de plástico del yogur hasta que no queda rastro de color rosa, me indigno. No por lo del yogur, por lo otro. Evolución, evolución… ¿en qué estaría pensando Darwin cuando se sacó de la manga la dichosa teoría?
Genial, como siempre