Cada vez que me subía al metro se me venía a la cabeza «Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal, ¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar?» El estribillo de Caballo de Cartón de Joaquín Sabina. Daba igual en qué linea me subiera, era automático.
Cada vez que paseo por Sevilla me descubro tarareando por lo bajini «De Sevilla un patio salpicao de flores, una fuente en medio con un surtidor, rosas y claveles de to´os los colores que no los pintara mejor ni un pintor, tras de la cancela…» en la versión de Miguel Poveda, o en la de Ques Quis Pas.
Llevamos la música dentro, unos menos y otros más. Grabada a fuego, y no pide permiso para salir o entrar a su antojo. Hay melodías asociadas a lugares, a olores, a personas, a temperaturas, a momentos… versos, a veces dichosos, a veces malditos, que no se van ni con agua caliente.
Este miércoles canto en Sevilla, en Casala, un precioso e ínfimo teatro, con su telón de terciopelo, su escenario de suelo de madera, sus butacas de verdad. A quien monta un teatro en estos tiempos habría que darle un homenaje, y a quien lo hace con tanto cariño, por lo menos dos.
Voy a tocar esas que te he cantado tantas veces, desde el cedé del coche o al oído. Mías porque las he escrito yo y otras mías porque las he adoptado. Tuyas también. Las canciones no son propiedad de nadie, ellas se van con quien quieren, pegadas en la memoria con superglú.
No sé si estás en la ciudad, no sé si puedes, pero sé que serás bienvenida.
¡Ay!
Fue genial, seguro ¡¡!!
Me he bajado en la estación de metro Sevilla, pero no sé donde queda Casala…