Los humanos somos unos bichitos muy presuntuosos. Con mucha retórica, mucha labia, encantados de habernos conocido y situarnos a nosotros mismos en todas las cúspides de todas las pirámides posibles. Pero al final somos carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, como las lagartijas.
Dios debe ser ateo, como yo. Es lógico que sea así. Porque, si no, estaría cayendo en una gran presunción y sería grave defecto que creyera en si mismo como ser superior. No señalaré que resultaría por ende contradictorio, todos sabemos que de contradicciones está Dios lleno.
En cambio las lagartijas son seres tremendamente coherentes. Y tienen la gran ventaja evolutiva que si les cortas la cola les vuelve a salir. En eso, mira tú por dónde, son la envidia de muchos otros animalejos que le tienen gran aprecio a sus colas. No así del geranio común a quien, me consta, se la refanfinfla.
Y llegados a este punto no puedo evitar preguntarme: entre Dios y las lagartijas, geométricamente ¿los humanos nos situamos equidistantes?