Y entonces leo un poco de poesía.
Como me pongo un vaso de vino.
Por celebrar, por escapar.
Celebrar que estoy vivo y puedo reirme con el sol y llorar con la niebla.
Escapar de los abismos ciegos de todas las ausencias.
Son ambas sustancias químicamente puras. Letales por necesidad, como la vida misma. Ni el vino ni la poesía son inofensivas.
Bebamos y leamos. O no. Da igual, mañana, tú y yo estaremos en la misma nada. Y pasado mañana nadie te recordará, a mí tampoco. Vas tan contento con tu coche caro y tus zapatos nuevos. ¿Dónde vas? Al mismo sitio que todos, pero dando un rodeo.
Apuro una estrofa más y echo la vista por la ventana.
Y encuentro el mundo algo cambiado, patas arriba, hermoso, ahí fuera, a lo suyo.
Hubiera dicho lo mismo que vosotros dos, pero peor. Muuuuuuucho peor.
Qué hermosura… Como si lo hubiera escrito el viento. Dar tal sensación de simplicidad, naturalidad y directo al grano a la vez, es de artista. Chapeau