Domingo

Es domingo.

Son las 9,45.

Me levanto de la cama.

La casa está tomada por la luz.

Salgo a la terraza, las parras están llenas de brotes tiernos. La glicinia y la bignonia se lo están tomando con más calma, no quieren despertarse del sueño del invierno, no quieren ir al cole. Las violetas, orquídeas silvestres y azaleas refulgen al sol. Son plantas humildes, de temporada, que dan todo lo que tienen y luego, un día, desaparecen sin hacer ruido, sin recoger honores. Esta noche han entrado a robar en el bajo de mi bloque. Se han llevado 35 euros en efectivo. O no les han gustado el modelo de pantalla plana de mi vecino, su fabulosa colección de cedés de jazz y el oleo que tiene encima del sofá, o habían venido en transporte público y no podían acarrearlo. Me hago una tostada y le pongo un chorrito de aceite. Y una pizca de sal. El yogur de frutas del bosque que hay en la nevera caducó hace 5 días, pero no parece mala persona, así que no creo que me fastidie. Me lo tomo con deleite al sol. Se ha estrellado un avión lleno de presidentes polacos (el del país, el del banco central, el del ejército…). Parece ser que sucedió por una tontería: el piloto se empeñó en que aterrizaba a pesar de la niebla.

Se dan la mano la muerte y la vida, el sol y las nubes se dan la mano. Se dan la mano Madrid y Polonia. Una mañana tierna y una noche áspera se dan la mano.

–No quiero engancharme a tus besos –le dije.

–No te preocupes, tonto. Ven, arrímate, que voy a enseñarte algunos otros sitios donde engancharte –contestó.

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