Porque hablara tu piel.
Porque me contara cuáles eran sus pueblos, sus montañas y sus valles.
Por puro placer, por egoísmo. Porque soy un voyeur, un chef, un fanático de la ortografía.
Por inventar un idioma, por poner a prueba tu paciencia y tus geometrías.
Por abrigarte con mis palabras.
Por empujarte, como si fueras una barca, hacia los mares del Sur.
Por practicar caligrafía.
Porque si usaba los dedos me podría quemar, o quedar pegado, o perder la razón o la vida.
Porque así te escuchaba mejor. Latir, sentir…
¿de qué sirven las alas si no es para volar,
de qué sirve el silencio si no es para cantar?
Por darle la vuelta a tu no,
a tu prudencia y a tu melancolía.
Porque me apetecía.
Porque eres una playa y a los niños nos gusta pintar en la arena.
Porque la luna amenazaba tu piel y yo no tenía a mano crema.
(¡Qué vergüenza! Recuerdo que me temblaba el pulso, las letras saltando como duendes).
Por todo eso
y por lo que callo
sembré aquella noche
(literalmente)
tu cuerpo con poesía.