Es complicado escribir sin tildes. Hay que buscar palabras especiales, que suenen sin necesidad de esa marquita sobre una vocal. Hasta este momento las he encontrado, como pueden ver. Este teclado que golpeo vive en una casa inglesa. Tiene acento british. Esto es lo que ocurre. Tampoco puedo hacer preguntas. No hay manera de abrir el interrogante. Como mucho, lo puedo cerrar. Algo imposible, porque yo solamente tengo interrogantes abiertos y no tengo posibilidad de cerrarlos. Tampoco quiero cerrarlos.
Siempre ando con una pregunta sin terminar en la cabeza, para que nadie me responda. Si alguien me responde acaso me diga la verdad, acaso me diga lo que no quiero saber. O lo que ya he asumido, pero no quiero que nadie me diga.
Vivo en mitad del campo, al noreste de Londres. En Boxted, barrio de Colchester. O algo parecido. En una casa enorme con una familia encantadora. La comida (tengo mucha suerte) es buena. Muy buena, incluso. Demasiado buena. Demasiada. Ellos se vuelcan conmigo. He dormido ya cinco noches en el cuarto que me han preparado. Cinco. En breve, inicio la sexta. Y tengo una pregunta sin respuesta, sin acentos y sin interrogaciones: no hago nada en esta parte del mundo, excepto morir despacio, con dolor. No hago nada, no quiero hacer nada, no quiero estar al otro lado del mar que me separa de la gente que quiero. Si alguien pretende dar una respuesta, que lo haga. Yo tengo una. No la voy a contar. Acaso nunca la cuenta. No es necesario. A nadie le interesa.
Las preguntas que me hacen son sencillas: dinos que las horas tristes han volado y ya te sientes mejor. Miento. Siempre miento. Estoy mejor.