Acabo de acostar a mi hija. Me siento en la terraza. El barrio está en un silencio casi religioso. Se mueve el aire despacio, lo justo para acariciar y hacerme sentir un bienestar térmico y un equilibrio espiritual.
Los aviones revolotean por encima de Madrid. Unos van y otros vienen, muchos juegan al escondite con la parra. A estas horas yo prescindo del cinturón, de la corbata… Seamos sinceros, prescindo también de zapatos, calcetines, camisa, camiseta interior y pantalones. (Sí, estoy en calzoncillo. Sí, son amarillos). Por prescindir me quito hasta de la tercera dimensión en el mirar y me asomo a lo que queda de Madrid en 2D. Se ahorra mucha energía, y se ve casi lo mismo. Por eso, hasta que no vuelvo a ver las lucecitas intermitentes al otro lado de la parra no me quedo tranquilo, porque si el avión se estrella con el racimo de uvas podría morir mucha gente.
Estoy leyendo un ensayo que se titula: La inteligencia fracasada: Teoría y Práctica de la estupidez. Yo, la filosofía me la dosifico. Pero éste me lo regalaron para mi cumple, era finito… y no me he podido resistir. Me la dosifico porque me produce cataclismos interiores, y me empiezo a plantear quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos y me convulsiono internamente. No estamos preparados los ciudadanos modernos, ezcepto aquéllos que se entregan lujuriosos al zen y sus secuelas. Me convulsiona la filosofía, pero me deja muy a gusto. Es como cuando haces limpieza y ordenas: terminas sudado y lleno de mierda pero contento, porque te ronda la grata sensación de que al día siguiente vas a encontrar las cosas.
Dice José Antonio Marina: «La principal función de la inteligencia es salir bien parados de la situación en que estemos. Si la situación es científica, consistirá en hacer buena ciencia, si es literaria, en escribir bien, si es económica, en conseguir beneficios, si afectiva, en ser feliz». Al cabo de unas páginas estoy de acuerdo con Marina en que si tu inteligencia no te sirve para ser feliz, pues vaya mierda de inteligencia. Parece una cuestión baladí pero tiene mucha miga. Yo, de momento, estoy pensando hacerme una camiseta con esta frase.
Ahora ha pasado casi una hora.
Delante del ordenador hace más calor, pero se nota compañía, la vuestra.
Los aviones deben seguir atravesando mi parra. Ahora me importa un bledo si se chocan con el racimo o no.
Me he bajado porque no había nadie a quien decirle: «Qué fresquito se está aquí a estas horas ¿verdad?» Y sentir una armonía humana en lo térmico y en lo espiritual.