Asoman los 50 detrás de la próxima esquina, y no sé qué intenciones traen. ¿Buenas o malas? ¿Quieren darme un abrazo o un sirlazo?
Me escama el hecho de que ultimamente, cada vez que hablo con algún amigo por teléfono, empezamos preguntando por la salud. Esta conversación no me pasaba con 20, lo juro o, será mejor decir, lo prometo.
La hija está ya independiente y mujer, los lunes me lo tomo como un obsequio, los martes como un tormento. Cuando se agrandan los hijos ¿se muere un poco el padre que llevas dentro? Y queda sólo el hombre ¿Qué es un hombre? Poca cosa, cuando además se han diluído en las aguas del tiempo las urgencias sinuosas del cortejo. Esas que nos lanzan a levantar faldas, trepar a las alcobas, asumir riesgos, las mismas que nos hacen perseguir quimeras o luchar contra molinos de viento.
A dos calles de los 50 no sé si comprarme un descapotable o hacerme un implante de pelo o simplemente dejar mis virilidades en barbecho. Sin tener que atender paternidades y masculinidades siento que me va a sobrar un montón de tiempo. ¿Me apunto a un curso de cerámica o de cocina? Queda descartado el bótox, de momento.
Me crecen bien los tomates este año, el gazpacho andaluz tiene entre sus propiedades ofrecer consuelo, siempre que se sirva frío y esté bien hecho. Los vuelos de las golondrinas al caer el Sol, me recuerdan que ni de joven ni de viejo he sido yo capaz de hacer esas acrobacias, esos requiebros. Ni tú, sé modesto. Con todos los talentos
que tenemos los humanos no nos dio la naturaleza ese último regalo: el poder tocar, sin metáforas, insisto: sin metáforas: con las manos el cielo. Poquita cosa somos, y en llegando a los 50 y sin afeitar, todavía menos. Motas de polvo que persistimos mientras hacemos el bien, mientras compartimos, mientras creamos, mientras besamos y nos quedamos así, un rato, en la memoria de nuestros herederos. Parece como si la cosa consistiese, sobre todo en no quedarse quietos.
De verdad que no es sentimentalismo, ni son nostalgias, ni malos agüeros, ni que tenga baja la glucosa, ni falta de sueño. No es pesadumbre, aparte de que me duelan por las mañanas algunos huesos. Es recordar que la vida es un suspiro, un segundo frágil e incierto, que toda pretensión de eternidad es tontería, es vanidad, es agujero. Esa certeza, la de estar aquí de paso, la de que el billete es solo de ida, sin posibilidad de vuelta, me ha hecho siempre disfrutar a saco y a Paco, tomarme las cosas con filosofía, apartar del plato las monsergas, vivir con todas y cada una de sus letras, a tumba abierta (no tomarse esto de la tumba a la tremenda).
Porque a gala llevo que Carpe Diem es la marca de todas mis camisetas.
Carpe Diem Rivilla y que nos quiten lo bailao