Conocí a Orti en pelotas. Eso marca. En pelotas ambos. Eso marca más.
Verano de 1996, Vera, Almaría. Camping nudista, el flower power y el make love but not war estaban ya en decadencia pero yo no me había enterado.
Después de montar la tienda de campaña al lado de nuestro Opel Corsa blanco de segunda mano sin más indumentaria que un mazo de caucho, unas piquetas y unas chanclas, decidimos —mi novia y yo— que nos habíamos ganado un chapuzón en la piscina.
En la primera experiencia en un camping nudista hasta el más impúdico tiene cierta paranoia de que le están mirando las vecinas de su madre, el profesor de química de tercero y el frutero. Pero el optimismo siempre ha sido mi fuerte, y el puntito transgresor me lo refuerza: «Qué afortunados somos de no ser Jon Bon Jovi y su chica, no podríamos pasearnos tan tranquilos en pelota picada por este camping a nuestras anchas sin que un montón de paparazzi nos acosaran.» —recuerdo que comenté.
Mi chica llevaba la toalla con la misma naturalidad bíblica con que Eva lleva su hoja de parra: no se sabe cómo se sujeta pero tapa bastante.
El sábado anterior habíamos hecho un bolo en un pueblo de Segovia delante de 20 personas. Disfrutamos nosotros y disfrutaron ellos, me acuerdo del sitio: La Taberna del Arcipreste en Sotosalbos, Segovia.
A la luz de los datos del censo, el bolo en Sotosalbos no era de esos que puedan ser considerados un trampolín a la fama, la verdad.
—Pues yo me voy a tumbar un rato al sol —dijo mi chica.
—Pues yo me voy directo al agua —contesté.
Llego al borde de esa piscina con el mismo ajuar que llegué al mundo y en esto que me lo pienso un poco. Los dedos de los pies sobresaliendo por el borde, yo saboreando una vez más el no ser Bon Jovi y a la vez temiendo esa primera impresión del agua fresquita, ya sabes. En esto sale de las aguas un tipo, se me queda mirando y me suelta: tú eres Perversa, tú cantaste el otro día en la Taberna del Arcipreste. Me quedé sin palabras, ni la aparición de monseñor Rouco Varela con un tanga de leopardo me habría causado más estupefacción.
Mi tocayo Oscar Ortuño, Orti me ha acompañado en un montón de bolos, con cámara y sin ella. Además sabe mucho de música y de músicos, me ha dado buenos consejos. Tiene una colección de discos estupenda. A él le debo el conocer a Jackson Browne, por ejemplo. Orti tiene una sensibilidad exquisita y una mirada absolutamente personal: a veces naif, a veces irónica, a veces surrealista, siempre honesta. Da igual que se trate de la portada de Cuatro Noches en el Retiro o del diseño de una web, su trabajo no tiene truco, sólo franqueza.
Aparte de un artista, Orti es un amigo. De los de empezar a hablar, de fotografía, de música, de arte, de la vida, y que se te pase el tiempo volando.
Será porque nos conocimos en pelotas, y eso marca.
El tercer fotógrafo de a7manos es Oscar Ortuño, Orti.
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Q bueno! Si es que el mundo es un pañuelo o un despelote (según se mire).
He de reconocer que me ha conmovido leer tus palabras. Con esta edad que uno tiene y con estos tiempos tan difíciles que corren, cuesta oír algo bonito. Se agradece.
Respecto al día que nos conocimos, es cierto, fue así. Sin trampa ni cartón.
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