El banderillero

SAMSUNG DIGITAL CAMERAQuedé con dos amigas en la Cervecería Alemana y se me fueron al bar de al lado. Yo ya estaba llegando tarde, y con entrar a buscarlas al sitio equivocado, pues más tarde.

Se habían pedido una caña y un Ribera respectivamente y les había entrado un tipo flaco, alto y con el pelo recién cortado de peluquería. Me lo presentaron. No me acuerdo ahora del nombre pero sí de que Inés dijo: es banderillero. Él asintió, sonriendo con suficiencia. Bárbara apostilló con cierta sorna: «…en sus ratos libres».

Quizá llevado por un exceso de campechanía, el banderillero me palmeó la barriguita y comentó algo de hacer ejercicio y una dieta. Con ese chiste quería hacerse amigo mío, supongo. Dijo mi voz interior: ríete, ríete, ya verás como a esa morena que tanto le miras el escote acabo llevándola yo a su casa.

Como conozco bien a mis amigas, puedo decir que los tres estábamos de acuerdo en que el banderillero ganaba mucho cuando estaba callado, lo cual sucedía con muy poca frecuencia. Una ligera propensión a hablar con la boca llena hacía que se le cayeran las miguitas de los anacardos y los kikos que nos habían puesto para picar, algunas de ellas describiendo trayectorias inverosímiles. Su pronunciación —incluso cuando tenía la boca vacía— era bastante más deficiente que el trabajo de peluquería que le adornaba, y su acervo cultural no daba para llenar un A4, Cuando dijo aquel «bomboncito, apunta mi teléfono» los tres pensamos que había que contactar urgentemente con alguien del Museo de Antropología porque el especímen merecía una vitrina.

Por más que Bárbara le miraba con cara de perro, el chavalote no se rendía.

Al final se lo llevó un amigo buen samaritano, a remolque, como se lleva la grúa un coche mal aparcado.

—Ése no era banderillero, te lo digo yo, ése era guardiacivil. O de la Guardia Real —dijo Inés.

Las mujeres siempre me fascinan: qué instinto, qué intuición. Lo afirmó con tanta seguridad…

—¿No era un poco cortito para Guardia Real? La Guardia Real es un cuerpo de élite —añadí, me interesaba el tema.

—Yo he conocido Guardias Reales bastante más lerdos y, por otro lado, no me negarás que el cuerpo del gachó era de élite.

Bárbara asintió con suficiencia como si no cupiera la menor duda.

Esta escena que acabo de describir sucedió casi literalmente y la reflexión a la que me condujo es enjundiosa: (Voz de Homer Simpson) En qué país vivimos que cuando vemos a un zote redomado, ebrio y mintiendo —bien peinado, eso sí— pensamos que pertenece a los cuerpos de seguridad del Estado. ¿Es ésta la España que queremos dejar a nuestros hijos?

A la morena, en efecto, acabé llevándola a su casa. Pero no supe redondear la buena fortuna que me había deparado la noche. Me faltó decisión, estrategia, arrojo y frescura, dones que destilaba el banderillero y sólo supe decir «Buenas noches» en vez de «bomboncito», «cruasán«, «milhoja» o algún otro bollo. Un problema de siinónimos.

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¿Qué es a7manos? La imagen es de José Manuel Cordo

3 comentarios sobre “El banderillero

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