No me gustan las paredes lisas y perfectas. Me dan mucha impresión. No me molestan las rugosidades, las asimetrías, o los desconchones, al revés: tardo muy poco en encontrarles un sentido, un espacio en mí. Al fondo a la derecha hay sitio y cervezas frías. Y se quedan.
Las pinturas impolutas me sobrecogen, me hacen sentir ajeno, extranjero. Además si les cae una gota de algo, o sucede un arañazo, todo se desmorona. Se da la paradoja de que si les llegan cien mil gotas o cien mil arañazos la pintura gana. Pero es muy trabajoso, y muy lento, hay que esperar mucho para que una pared lisa te acoja.
Por eso las paredes de mi casa son irregulares.
Pongo una puerta al lado para que se aprecie mejor.
O sea, que las paredes son como la vida, como las personas: Irregulares. Imperfectas.
¿O debería decir PERFECTAS en su imperfección?
Va a ser eso… (o es lo que nos gusta pensar)
(Qué remedio)
Fdo.: Un ser imperfecto