Cada tarde, a la hora de la cruenta batalla entre el día y la noche, me regala Dios un nuevo capítulo de esta serie increible. Un episodio distinto, emocionante, hermoso.
Una película, tierna y desgarrada: «Juro, que no volveré a pasar hambre» pinceladas de fuego y hielo a diestro y siniestro . Pero no tiene títulos de crédito, no hay una productora, no lleva firma, no tengo que pagar una entrada. No se menciona en ningún lugar al director. Dios, por supuesto. Y se desvanecerá para siempre en un ratito.
Llámalo Dios, llámalo Naturaleza o llámalo equis.
¿Cómo puede permitírselo? Me refiero a ofrecernos cada día una producción así, en alta definición, original, sólo para tus ojos, distinta… hermosa hasta poner la carne de gallina, y hacerlo, además, gratis.
Mientras que yo tengo que intentar cobrar por mis cantares, o mis palabras escritas, que probablemente no le llegan a ese cielo a la suela del zapato. Tengo que buscar los derechos de autor, o la taquilla, reivindicar mi autoría, cuando él, llámalo equis, lo hace por la cara. Si no fuese tan magnífico le denunciaría por competencia desleal.
¿Cómo puede permitírselo? Pues va a ser que Dios tiene pagada la casa, no tiene que hacerle frente a una hipoteca. No va de tapas, no creo que tenga que pagarle la universidad a Jesús, su hijo.
Y yo sí. Por eso siempre me siento un poco impostor, un poco mercader, siendo artista.
¿Acaso no está ya todo escrito,
todo compuesto,
todo pintado en cada atardecer?
Insistir tiene su recompensa :-))
¡Qué hermosura!
Puede que esté todo escrito.
Pero tus palabras lo acercan a lo Humano y nos recuerdan que, quizás, lo divino brota dentro de uno inspirado por la belleza que nos rodea.
Vaya! Lo he intentado por enésima vez, y parece que hoy por fin podrá ser el día de dejar comentarios 🙂
Me ha encantado. Mucho.