Tengo un jarrón vacío encima de la mesa.
Tengo dos jarrones en realidad.
No tengo calor. Ni tengo frío.
Un paquete de clines para sonarme cada vez que mi alergia quiera.
Escribo sobre esta mesa que compré con mi primera esposa para mi primera casa. Es de Ikea, de cuando ikea era novedad. De cuando aquella esposa y aquella casa eran novedad. No es una mesa bonita, pero es mía. Es de madera de verdad, no esos sucedáneos plastificados. Y está llena de golpecitos, pequeños arañazos. Y grandes también. Cicatrices que cuentan la historia de mi mesa. Lo mejor de esta mesa es que lleva su historia grabada, igual que los árboles, en la corteza. Sobre esta mesa he escrito, he comido, incluso he llorado… esta mesa ha escuchado charlas divertidas (conoce a todos mis amigos) y los detalles de la negociación de dos separaciones. Esta mesa ha sido testigo de algunas discusiones acaloradas y algunos encuentros sexuales apresurados y tórridos. No muchos. Es grande y resistente, doy fe. Pero esta mesa es muy discreta. Ni siquiera en sus arañazos queda constancia de esos secretos. Son cosas entre ella y yo.
Alguien me dijo: barnízala, quedaría más bonita. Pero no. la lija se llevaría mis recuerdos y los de ella, el barniz maquillaría la verdad, dándole un brillo suntuoso y embustero.
Ella es así.
Y yo también.
Una mesa de madera que parece tener atrapada a un alma de poeta. Como siempre que escribes, una hermosura. Gracias por contar estas cosas de nuestro cotidiano que sin tu arte se perderían sin remedio en el olvido y que bajo tu pluma recuperan su belleza esencial: la de contar nuestra vida.