La Modelo Extraviada

No es una cuestión de ponerle nota, de analizarlo y valorarlo. Es una cuestión de disfrutarlo. O no disfrutarlo, supongo. En mi caso está claro: disfrutarlo.

Yo no soy un crítico ni me gustaría serlo. Soy más bien amante, el que ama. O detestante, el que detesta. En este caso está claro: amante.

Y como amante, en este caso de las frases que escribe Eduardo Mendoza en El Secreto de la Modelo Extraviada (Seix Barral, 2015) sólo me cabe entregarme, y que haga de mí lo que guste. ¡Qué 18 euros más bien gastados!

Duerme este libro, por poco tiempo, snif, en mi mesilla. Y provoca los celos de mi chica, dice que le hago más caso que a ella. Y también provoca los cabreos, cuando la despiertan los pequeños terremotos de mi risa malamente contenida.

No soy mucho de recomendar, porque me parece que cada uno tiene sus gustos y que los míos a ratos son bien extraños, ¿quién soy yo para decir qué tienes que leer? Pero la quinta entrega del detective menos glamouroso de la literatura española es una apuesta segura. ¿Cómo puede ser que con una higiene personal tan mermada y una soltura para la mentira y al engaño tan soberbia nos caiga simpático este investigador sin nombre? No sólo eso. ¿Cómo consigue Mendoza que el personaje lumpen y bribón acabe siempre como el honesto y buena persona? Sencilla y llanamente: por comparación. Como hacía con Gurb (el extraterrestre) son los chalados los que están realmente cuerdos, y los honorables y sensatos son una pandilla de ladrones, estafadores de guante blanco y cuello almidonado. Los criminales permanecen sentados en las poltronas y los ciudadanos de a pie son sospechosos y perseguidos con la menor excusa.

Me resulta familiar y eso que esta semana he conseguido no abrir los periódicos.

¡Bravo Mendoza!

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