Equis

escenarioEste es el escenario recién montado de mi último bolo en Malabar, Higuera.

Lo miro desde la barra mientras va llegando el público, Aunque pasan por delante de mí no me saludan. Porque no saben que soy yo, no me reconocen del cartel y en estos momentos en que busco un poco de tranquilidad antes de empezar, lo agradezco.

Me pasa a veces que, después de montar todo, de chequear el sonido, de calentar la voz y ponerme los atuendos oportunos, miro el escenario vacío y me pregunto cómo te las vas a arreglar para llenar eso durante una hora y pico. Cómo vas a hacer que sucedan cosas ahí arriba. Sí, has trabajado unas canciones y unas rutinas, pero sabes que eso no es suficiente. Tienes que hacer surgir una complicidad, una conexión, una magia que no depende de fórmulas del espectáculo, que no se puede practicar, ni estudiar, ni asir de manera alguna.

Me imagino entonces como el chamán tocado con las plumas y adornado con huesos y talismanes, removiendo la marmita, aspirando a un trance que piensa.

—Pero si lo que estoy removiendo son cuatro yerbajos mal cortados, unas semillas, unas raíces. Diantres, se van a dar cuenta, no hay nada en esta pócima que cure, por mucho cántico que yo entone mientras le doy vueltas. No tengo línea con el más allá aunque ponga carita de alucinado y los ojos en blanco.

Pero la tribu me ha otorgado unos poderes, y yo, durante mi performance, tengo que hacer como que los acepto. No, no tengo que hacer como que los acepto, tengo que aceptarlos hasta sus últimas consecuencias. No basta con que actúe, tengo que ser. Ellos no buscan un cuento, quieren un trozo de verdad, quieren acceder por un instante al corazón del artista. Si no, no acabará la sequía, no se apagarán las tristezas, no se curarán los cuerpos, no aplaudirán, no se reirán, no se emocionarán… Así que yo, aparte de cargar con todos esos trastos que se ven en el escenario que pesan un quintal, aparte de memorizar un buen puñado de letras y acordes… ¡tengo que abrirles el paso a mi propio corazón! Ahí es nada.

Si esto no es amor, ya me diréis qué es.

El público está compuesto casi siempre por seres humanos muy similares a mi. Han dejado el calor de sus casas, sus maternales mesas camillas, sus tiernas televisiones, a veces incluso han relegado sus queridos partidos de fútbol para venir a escucharme. Por un lado es de agradecer, por otro tanta responsabilidad intimida.

—¿De verdad estáis seguros de que queréis perderos el Madrid versus Deportivo de la Coruña?

¿Qué quiere el público que va a escuchar a un artista poco conocido en un garito? ¿Qué esperan encontrar? Se desplazan, pagan una entrada y se sientan dócilmente delante de ti, regalándote ¡una hora y media de su valioso tiempo! Muchos de ellos ni siquiera consultan el móvil en ese lapso, lo juro, lo he visto con mis propios ojos.

Bueno, si eso no es amor, ya me diréis qué es.

Es entonces cuando encuentro el ingrediente secreto de la pócima, eso que convierte unos yerbajos, unas notas negras en un pentagrama, unas palabras desordenadas, en algo que riega algo dentro de nosotros. algo que echa luz y que da calor… es la generosidad. El amor. El que el artista siente, mezclado con el que siente el público. El artista no es el objeto del amor del público, no seamos ingenuos. El público, tampoco es el objeto del amor del artista, no seamos memos. Pero hace falta amor, en el aire, por ambas partes, para que algo suceda, llámalo conexión, llámalo emoción, llámalo magia, llámalo equis.

Y sin eso, sin amor, no hay nada.

Nos son imaginaciones mías, puedo medir perfectamente si ha sucedido o no. Casi matemáticamente.

Cuando, ya tarde, a veces de madrugada, descargo los trastos al llegar a casa.

Si ha habido «equis«, pesan bastante menos.

1 comentario sobre “Equis

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